Un proyecto que armoniza con la Universidad de Luis Moya Blanco

– A la hora de integrar soluciones nuevas, como las que tienen que aportar para el nuevo Centro de Congresos de Zamora, ¿esa dualidad les condiciona?

– En absoluto. De todas maneras, en este caso, la claridad de la importancia del Teatro en el conjunto ha sido muy determinante y ha ayudado al desarrollo del proyecto.

– Se han marcado como objetivo el establecer un diálogo arquitectónico de pleno respeto con el conjunto diseñado por Moya. Toda una novedad en tiempos en los que lo habitual es que cada arquitecto aspire a dejar su impronta en los edificios públicos.

– El empeño de los arquitectos por dejar su impronta es algo nefasto. Si esa es la única aspiración de un arquitecto, me parece negativo. Un arquitecto debe aspirar a hacer buena arquitectura y eso lleva implícito una idea de servicio. Dentro de esa idea de servicio se incluye el deber de ser respetuoso cuando se interviene en una obra como la de Luis Moya. En ese caso, la mejor arquitectura no es la más llamativa, la que se convierte en un icono, sino la que establece el diálogo más sutil con el edificio. Mi obligación es hacer buena arquitectura, no la de dejar sellos de Patxi Mangado o Juan María Hernández León.

– ¿Cree que se abusa de ese concepto de la arquitectura como icono?

– Estoy en contra de esta visión de la arquitectura como un ejercicio de marca. Eso no me interesa, lo que me interesa es hacer buena arquitectura. Y digo más, no me interesa la arquitectura de la identidad, la que me puede identificar, sino la de la unidad de conceptos. Porque al final, los edificios, aunque no sean todos iguales, se reconocen como salidos de una misma mano.

– ¿El resultado final de lo contrario a lo que usted predica es que se acaba perdiendo ese concepto de servicio y se prima el continente sobre el contenido?

– Hoy en día se habla más de la arquitectura del parecer que del ser. Se la tiene más en cuenta como referencia icónica, como pieza simbólica, muy escenográfica. A mí me interesa más la arquitectura de estructura, de servicio. Servir no significa ser reflejo de lo que la sociedad reclama, sino dar más. A veces, incluso en contra de esa sociedad. En el fondo, todas estas arquitecturas como caligráficas son un ejercicio fácil de las que hay muchísimos ejemplos. Es muy fácil ofrecer simplemente arquitectura vistosa, lo difícil es que sirva. Este es el compromiso que tenemos todos los arquitectos. Aunque tengo que decir que me siento optimista. Hay muy buenos arquitectos, aunque no sean los que más aparecen en los periódicos, que tienen claro ese concepto de servicio y que buscan, investigan sobre ideas, materiales y conceptos espaciales.

– ¿Y qué parte de culpa tiene el hecho de que cada político, por pequeña que sea la ciudad en que gobierne, quiera tener «su» Kursaal o «su» Guggenheim?

– Hay algo de eso, porque el poder político busca el icono. Pero esto está cambiando, hay una especie de agotamiento. Surgen ya las críticas y empieza a haber instituciones públicas que se preocupan cada vez más por una arquitectura que tenga una correcta relación entre medios y fines, de calidad, la que necesita, realmente, un edificio público. El caso de la Junta de Castilla y León o del Gobierno de Navarra son ejemplos de ello. Sus edificios públicos tienen un valor representativo, pero no persiguen sólo este aspecto.

– ¿Qué huella conservará el futuro Centro de Congresos de Patxi Mangado?

– La delicadeza y la relación con la luz.

– En la labor de investigación que han realizado sobre la Universidad Laboral de Zamora, ¿se han encontrado con alguna sorpresa?

– Hemos encontrado los planos originales, los primeros bocetos, a través una labor que ha hecho Antón Capitel. Lo realmente sorprendente es el edificio, que es extraordinario.

«No hago ningún proyecto que no dirija»